Algunos lo conocimos como “Chupete” y otros como “El nene”. Alimentó a miles de estudiantes que viajaron por todo el país, con los típicos destinos de Córdoba y Bariloche elegidos por los egresados, pero también Entre Ríos, Necochea, Miramar, Sierra de la Ventana, entre otros.
La dupla Benac - Lamanda construyó una amistad varios años atrás pero dieron inicio a los viajes escolares en el 82, “tenemos muchas anécdotas juntos, nos peleábamos por los ronquidos en las carpas compartidas y por ver quién era el favorito de los pibes cuando llegaban del viaje y compartían la experiencia con sus padres”, celebra Benac emocionado.
“Chupete” había estado a cargo de la cocina del Hospital municipal y venía de una familia de cocineros, ya que su padre había tenido un restaurante, cuando Miguel Ángel Benac lo convoca para este proyecto que marcó a miles de jóvenes chacabuquenses.
“Se enganchó desde un primer momento”, explica el Chino, además de señalar que Lamanda cocinaba en los viajes para grupos de cien chicos, las cuatro comidas del día, durante casi treinta años. Siempre teniendo en cuenta cada detalle, “Chupete” se preocupaba incluso de economizar los gastos del viaje. Entre risas, Benac recuerda que se ocupaba de comprar y llevar la carne congelada que, en un viaje, terminó siendo decomisada por la Gendarmería y SENASA. “En un viaje se nos rompe el colectivo en el medio del desierto, siempre llevábamos la conservadora tapada por valijas y cuando cambiamos de transporte quedaron las cosas desacomodadas. Veníamos dormidos, nos para el control y nos manda a sacar todo. Se nos escapó la laucha, ahí quedaron ciento diez kilos de carne, ocho piezas de fiambre, y él les decía ‘querido, dejame algo para los pibes, ¿qué tengo que hacer? me arrodillo, es para los chicos’. Pero no hubo caso”.
“Chupete” era el componente clave del viaje de egresados, encargado de alimentar adolescentes que volvían de las actividades con enorme voracidad y que deberían recargar energías para el día siguiente con una comida nutritiva. Y también era, como lo recuerda su amigo, una persona “de un corazón enorme y muy divertido, le decían ‘el nene’ porque era como un chico. Vivíamos jugando, haciendo apuestas, se daba maña con todo. Se armaba la carpa y se llevaba luz, se armaba una cama con troncos”.
Lamanda, además era un creador de anécdotas que serán recordadas por los que fuimos estudiantes, quienes compartieron sus viajes, los amigos que hizo a lo largo y ancho del país, y toda su familia.
“Hasta el día de hoy hay grupos que se juntan a recordar los viajes, me invitan incluso, nosotros queríamos que vivan toda la experiencia, la aventura de estar en un refugio. Y el gordo siempre estuvo, tan cálido y amoroso”, expresa el “Chino”.