jueves. 25.04.2024

 

El Vasco me dice que vaya a su laburo, que lo ayude a acomodar algunas cosas de su oficina. Cuando llego, me los encuentro a los dos, al Vasco y a Amanda, acomodando libros y expedientes en cajas, desechando papeles. Me dicen que me quieren dar una noticia, que me siente. Lo hago, aunque ellos se quedan parados. Van a tener una nena, para enero, me anuncian, así, sin preámbulos. Me quedo mudo, no sé qué decir, los ojos acuosos. Me levanto y los abrazo, con cierta torpeza. Tal vez le pongan Clarisa, me dicen. Clarisa Ibarrondo. Me piden que sea el padrino, aunque no la van a bautizar. Un padrino laico. 

Intento ayudar a ordenar la biblioteca, aunque no termino de entender el criterio de organización. Reviso las estanterías. Encuentro el libro que editaron en Chivilcoy en homenaje a Cacho Zaccardi. “Cacho. Gracia, paz, alegría”. En la foto de tapa, Cacho tiene su sotana blanca y una escoba en sus manos. Unas doñas lo miran, mientras él barre los escalones de la capilla, la de Luján, creo.

 

- ¿Y qué van a hacer? –les pregunto.

- Queremos volvernos a vivir a Chacabuco –me dice Amanda.

 

Quedamos en silencio. Agarro un par de libros y los meto en una caja. El Vasco rompe unos papeles, tira un par de lapiceras gastadas en una bolsa de residuos. Saca un portarretratos de la biblioteca y me muestra una foto en blanco y negro. Ahí estamos, el Vasco y yo, con el tío Julio y mi viejo. En el medio, el gobernador, de saco y corbata, con su sonrisa ancha, su pelo frondoso y blanco, peinado a la gomina. Se ve una pintada en el fondo: Ibarrondo 1987. Tendríamos, estimo, unos diez años, las caras niñas, todo futuro. 

- ¿Te acordás de cuando andábamos en bici haciéndole la campaña a Cafiero? –dice el Vasco.

- No, no me acuerdo –respondo.

- No seas salame -se enoja.

- ¿Ya empezaste? -interrumpe Amanda.

- ¿Con qué? -respondo.

- Ya sabés: con la novela -me dice y me ofrece un café.

- Me tengo que ir, tengo que hacer una entrevista -les digo.

 

Salgo caminando, con apuro, con apuro no sé ni por qué ni hacia dónde, porque no tengo ninguna entrevista pautada. No tengo nada pautado. 

Mi cabeza se llena de imágenes confusas, se amontonan para querer entrar, o para querer salir. Me digo, me prometo, me afirmo: que sí, que voy a escribir una novela y los voy a reunir a todos, voy a traer de vuelta al padre Cacho, y al Cholo, y a Carlitos Bettoli, y hasta al maestro Pelikan, a quien ni siquiera conocí. Y a los tíos, y a las tías y a la Nona y a Mamina y al abuelo. Voy a traer hasta acá a ese Chacabuco de mi infancia. A ese Chacabuco en el que con el Vasco éramos todo futuro. 

Ese será mi regalo para la hija de Amanda y el Vasco. 

Cuando fuimos el futuro