viernes. 19.04.2024

Miguel y su mujer, Nelly, vivían en Paysandú, Uruguay. A tres días del nacimiento de Maximiliano, su hijo mayor, deciden trasladarse a Buenos Aires. En plena década del 70 la situación se había vuelto insegura y lo mejor era irse. Se instalaron en el barrio de Villa Crespo y formaron una familia. 

Miguel instalaba aires acondicionados. De los primeros, armatostes, que no se rompían, no fallaban. Según lo describe Maximiliano, era un tipo tranquilo, solidario, trabajador y tradicional. 

Su casa estaba siempre llena de gente, y siempre había lugar para uno más. 

Nunca dejó de ir a visitar a su familia. De hecho, lo hacían cada vez que podían. En quince minutos cargaban las cosas en el auto y salían al cruce de la frontera, cuando todavía había tramos de tierra. Pasados algunos años, pensó en volver a su tierra. Pero el destino ya estaba marcado. 

Miguel colocaba aires con su socio para una firma nacional. Siempre manejaba, pero ese día tenía un dolor en la pierna que se lo impedía. Por eso, el 17 de marzo de 1992 a las 14:45 tocaba timbre en un domicilio particular ubicado a escasos metros de la esquina de Arroyo y Suipacha, donde se ubicaba la Embajada. 

Maxi llegó a su casa después de Educación Física. Tenía dieciséis años. Se encontró con su mamá, y el socio de Miguel llorando. “Estaba ahí”, repetía Nelly. 

Recorrieron hospitales con su tío. Todas las guardias de la Capital Federal eran un caos. Contenían a más de doscientos heridos. 

Fue cinco días más tarde, después de recorrer comisarías, que los convocaron a la morgue a reconocer el cuerpo. 

A partir de ahí, todo cambió. “Empecé a pensar que tenía que vivir de otra manera, distinto, trato de no pensar en ser tan metódico, y hoy vivo con más simpleza”, dice Maxi. 

Pero la muerte y el duelo nunca funcionan igual. “Todos sabemos que nos vamos a morir, sé que me va a tocar, pero hay distintos procesos, a mí me dijeron tu viejo no está más, lo mataron con una bomba, eso es lo que duele, hay algo del destino porque no debía estar ahí, pero hay responsables, por lo tanto no hay cierre, parece una serie de Netflix eterna, que va por la temporada 58”, dice y asegura “Que señalen a los responsables lo que nos va a dar es la posibilidad de un cierre, necesitamos un final, hoy por hoy tiene un principio y nada más”.

Hace muy poco usa la palabra asesinato. Antes no podía. Es parte de un duelo sostenido. “No asumía ese hecho puntual hasta que salió, y a partir de ese momento sentí cierta liberación, probablemente no podía nombrarlo o asumirlo”. 

La Justicia, les consigna 30 años de hojas en blanco. 

 La charla completa se puede escuchar hoy viernes en Radio Ultra, a las 12:00 y a las 19:00 o en Spotify: Algo que decir. 



 
Treinta años de hojas en blanco