viernes. 10.05.2024

 


Hace no mucho tiempo comenzó a resonar con fuerza en los medios, en las escuelas y en mi cabeza, sobre todo, el término “dislexia”, término que resulta nuevo e intrigante, dado que mucho no se habla de sus causas y/o consecuencias; un trastorno que luce como nuevo y extraño, debido a la poca información que circula sobre él, pero que, sin embargo, es mucho más común de lo que nosotros pensamos. Como bien mencioné anteriormente, la dislexia es un trastorno que aparece en la primera etapa de vida, uno de los tantos que afecta de manera directa el aprendizaje, caracterizado principalmente por la dificultad para poder leer, por lo cual, generalmente, ocasiona problemas de comprensión, de ortografía, de escritura y de habla. A menudo, los que la padecen tienen dificultades con habilidades básicas del lenguaje, como el reconocimiento de los sonidos en las palabras y la asociación de los sonidos de las letras con sus respectivos símbolos. Es decir, de una forma bruta y grotesca, una persona disléxica lee “al revés”, al momento de la lectura, un individuo disléxico inevitablemente va a invertir y desordenar las letras de las palabras, por ejemplo: donde nosotros leemos y/o escribimos el artículo “los”, ellos, en cambio, van a leer y/o escribir “sol”. Este ejemplo simple, nos puede ayudar a comprender el gran problema que padecen para poder comunicarse de manera correcta. Unas de las señales alarmantes de dislexia pueden ser: confusión al pronunciar palabras y frases, por ejemplo, decir “Grabiel está en periglo” en lugar de decir “Gabriel está en peligro”; dificultad para leer en voz alta con el tono apropiado y la agrupación adecuada de palabras y frases; problemas para escribir o copiar letras, números y símbolos en el orden correcto. Sin embargo, las señales de dislexia pueden lucir diferentes dependiendo de la edad, por ejemplo, en la etapa preescolar el niño va a presentar retraso en el lenguaje, confusión en la pronunciación de palabras, y va a mostrar mayor habilidad manual que lingüística, por otro lado en la escuela primaria presentará dificultad para aprender el abecedario y las tablas de multiplicar, mostrará gran falta de atención y concentración, mostrando una clara dificultad para distinguir la izquierda y la derecha, y detentar continuos errores en la lectura.  Si bien la dislexia es algo difícil de detectar, puesto que se desarrolla a medida que el niño crece -siendo esta la etapa de crecimiento más vulnerable de error-, hay que entender que su detección y buen diagnóstico dependerá de varios factores y síntomas. Cabe aclarar que su principal causa proviene de genes o herencia o de la anatomía y actividad cerebral del individuo. Hago este paréntesis porque a menudo, las personas suelen caer en errores comunes creyendo que por invertir letras al momento de escribir son pacientes de dislexia y no siempre es así, ya que un error lo puede tener cualquiera y el diagnóstico dependerá de otros factores. O también creer que dicho trastorno es un problema de visión cuando en realidad es un problema de lenguaje. A pesar de esto, y a medida que fui adentrándome cada vez más en el tema, tropecé con algo que llamó poderosamente mi atención y es lo que dicho trastorno produce en sus pacientes, y aquí ya no hablamos de problemas de lectura o comprensión, sino de algo más jodido que eso, que son sus consecuencias psicológicas. El niño o la niña disléxica parecieran estar condenados al fracaso, no solo en el colegio, sino en su vida en general ya que de forma continua, directa o indirectamente, recibe mensajes verbales y valoraciones negativas del entorno escolar, social y familiar, es decir, de todos los ámbitos donde se encuentra inmerso. Poco a poco, estas situaciones, van a alertar de su incapacidad para superar los obstáculos que se le presentan a diario, no pudiendo, a pesar de su esfuerzo, salir adelante. De esta forma, no solo tiene que convivir con un trastorno que afecta su lenguaje, sino también su autoestima. Y es aquí donde me voy a detener un momento, como decíamos al principio, la dislexia no está sabida en su totalidad, y la mayoría de las personas duda de su significado e ignora completamente su procedencia y efectos, con esto no nos culpo a nosotros por ignorar de forma pasiva ciertos conceptos, ya que es algo que deberíamos haber aprendido, como tantas otras cosas, en el colegio, el cual fue y es  el gran encargado de la mayor parte de nuestra formación. Pero lo cierto es, que en todas las escuelas o en su mayoría, no poseen  la formación o capacitación necesaria para llevar a cabo, por ejemplo, este tipo de trastornos. Entonces cuando es la misma institución -la cual brinda conceptos y  forma individuos- la incapacitada, también lo vamos a ser nosotros. Aquí mi punto es, que se hace necesario poder rever ciertos puntos claves de los niveles educativos, y con esto me refiero a poder, de una buena vez por todas, hacer parte a los “diferentes” desde la educación, que es desde donde todos aprendemos a convivir con los demás y en sociedad; desde una educación de apoyo grupal, de incluir, de naturalizar aquello que no se hace ni cree natural o “normal”, y que en consecuencia de ello se cataloga al “diferente” marginandolo a la soledad, siendo un lugar que aleja, afecta y duele. Las escuelas no están preparadas y educadas para atender a niños disléxicos, y estos al no recibir la ayuda adecuada en el sistema escolar, pierden la motivación de aprendizaje, y lentamente desarrollan un sentimiento de inseguridad hacia sí mismos y hacia sus capacidades. En consecuencia se instala en ellos el síntoma de la desconfianza y de la incapacidad de poder hacer algo -cabe aclarar, que en nada afecta la dislexia a la inteligencia- expandiéndose incluso a otras áreas y actividades extracurriculares, afectando así a todos los ámbitos de su vida, desencadenando en problemas emocionales, somatizaciones o conductas tales como la ansiedad. Por lo tanto, sabiendo ahora, ustedes y yo, el concepto de dislexia, me permito hacer un análisis acerca de esas falsas etiquetas, provenientes de la más prematura ignorancia y pensemos que quizá aquellos que fueron etiquetados como “vagos” o “tontos” en el colegio, no era ni “tontos”, ni “vagos”, sino que estaban no solo siendo víctimas de un trastorno de lenguaje sino también de burla y exclusión, y con esto no quiero decir que todos aquellos a los cuales les cueste un poco más que al resto, padezcan de dislexia, sino que se hace necesario poner a cada uno la “etiqueta” que corresponde, y esto será necesario a través de la correcta educación y actualización de información en las instituciones y ahora que reflexionamos quizá, solo quizás, ahora los “tontos” seamos nosotros. 
Reflexionar sobre dislexia