viernes. 19.04.2024

Las plantas como socias

La agroforestería a través de una historia real, una familia de productores de la que Augusto Colagioia es la cuarta generación. Es Ingeniero Agrónomo y convenció a los suyos de encarar la reconversión. La vuelta a la vida. Hoy su campo cambió el paradigma de la lucha contra la maleza. Árboles frutales, animales, granos, plantas: todo convive. Y rinde. 

Por Martina Dentella 

 

Sus bisabuelos se instalaron en un campo de Enderson, provincia de Buenos Aires, al principio del siglo XX. Ahí nació su abuelo, y después su papá. Él es el primero de la familia que va a la universidad. Elige la Nacional de La Plata, y ahí conoce -a través de una cátedra- la agroecología. Entonces todo se da vuelta. 

Augusto termina la carrera y antes de volver a casa, al campo, viaja a Brasil para hacer dos años y medio de pasantía por todo el territorio. En medio de los frutales exóticos, el Açaí, castañas, las palmeras y los parques nacionales conoce el concepto de Agrofloresta o Agroforestería. La estudia, la práctica y regresa. 

Ahí empiezan las tensiones. Las ideas milenarias e innovadoras que promueve la agroecología chocan con el modelo productivo familiar. Es que la generación de su papá se había asociado a una cooperativa, en el momento en que se empezaba a trabajar con las semillas transgénicas, de alto potencial, la siembra directa, los fertilizantes y herbicidas: agrotóxicos. 

El punto de equilibrio demandó ciertas concesiones. El papá de Augusto le cedió un pequeño espacio del campo para aplicar la agrofloresta, y “que experimentara”. 

 

Qué es la agroforestería

Una práctica que incorpora los árboles a los sistemas de producción para crear paisajes forestales: en huertas, en comunidad con animales, frutales, granos. 

“Hoy los árboles son una alternativa para combatir el cambio climático, para mejorar los servicios ecosistémicos, la filtración de agua, la purificación del aire, regulación de las temperaturas, es una necesidad”, explica. 

Las plantas son socias de los distintos sistemas de producción y las fotos que comparte son una prueba de eso: se lo ve rodeado de plantas, de frutos, de distintos tipos de siembra y animales.

Pero no es una práctica nueva. Hoy se sabe que en Amazonas, por ejemplo, muchas áreas que se creían vírgenes fueron intervenidas por comunidades indígenas, “pero las intervenciones estaban tan alineadas con la sucesión natural del ecosistema local, que con los ojos nuevos actuales -donde la intervención en la agricultura es modificar el ambiente- no se daban cuenta”. Lo hacían robando parches de la selva, plantaban algunos granos que más tarde utilizaban. 

Lo que emprendían, básicamente, era intentar imitar o replicar a la naturaleza para aprovecharla, además de multiplicar todos los beneficios de las plantas o los bosques nativos.


Cómo le cambia la vida a un productor 

Cambia la vida, la economía y la cosmovisión de quienes vuelven sobre los pasos de “el progreso”. La idea que Augusto comparte con otros colegas, es clave: el pequeño productor debe poder sostenerse, autoabastecerse, pero también poder comercializar, crear comunidad, mandar a sus hijos a la universidad, agregar valor en origen y sobre todo, vivir en un ambiente sano. 

Está claro que el modelo que impera, en pequeñas extensiones de tierra, no rinde. Por lo tanto, desaparecen los pequeños productores que arriendan a los pooles de siembra, y se da un éxodo en las zonas rurales. No se mira hacia afuera, porque “en cualquier otra parte del mundo, un productor con dos hectáreas vive de eso y vive bien. Para eso es importante el circuito, y la colocación de la producción a un precio justo”. 

Partimos de un sistema convencional que compite con la maleza, que le saca recursos. “Hay mucha especulación y los productores corren todo el día detrás de los números, porque realmente en algunos detalles hay grandes diferencias económicas”, dice Augusto y cuenta que tanto en su campo como en los que asesora, “trabajamos mucho sobre la estabilidad, tranquilidad, ir detrás de un objetivo a largo plazo, y eso le da a las personas otra perspectiva de las cosas”. 

“Veo un cambio en la persona y en su forma de ver el mundo, pero también mejoras en su situación financiera, a veces ganan más, otras menos, pero no se gasta como en el sistema convencional, y mucha gente no soporta esa presión, es un juego financiero por lo tanto, vive más tranquila”, cierra. 


 
Las plantas como socias