lunes. 29.04.2024

El 15 de agosto de 1972, veinticinco presos políticos de las organizaciones Montoneros, Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Ejército Revolucionario del Pueblo y Partido Revolucionario de los Trabajadores, se fugaron del penal de máxima seguridad de Rawson y recorrieron 21 kilómetros hasta llegar al Viejo Aeropuerto de Trelew. Buscaban aterrizar en Chile y pedir asilo político al gobierno de Salvador Allende. Solo seis lo lograron. El resto, se entregó a las autoridades militares. Fueron trasladados a la Base Aeronaval “Almirante Zar”, dependiente de la Armada.

En la madrugada del 22 de agosto, los obligaron a salir de las celdas, y los asesinaron a sangre fría. Era una de esas ciudades en las que nunca pasaba nada: sólo el viento. Los únicos temas de conversación de los vecinos eran las escaleras reales en las mesas de póker, las películas de la televisión y los nacimientos de elefantes marinos en la Península de Valdés durante la primavera (...)

Nadie hubiera dicho que Trelew, fundada en 1865 por una caravana de expedicionarios galeses, iba un día a vivir historias que calentarían la sangre de la gente. Así comienza la narración del periodista Tomás Eloy Martínez sobre la masacre. El 22 de agosto de 1972 (el próximo lunes se cumplirán cincuenta años), Eloy Martinez editaba los últimos artículos del día en el Semanario, donde oficiaba de director. Llegaron cables de agencia sobre la muerte de dieciséis guerrilleros en Trelew. “Cuando un Estado elige el lenguaje del terror, destruye todo lo que le da fundamento -instituciones, valores, proyectos de futuro- e impregna de incertidumbre la vida de los ciudadanos”, escribió esa noche.

La tinta se replicó. Lo despidieron en menos de veinticuatro horas, y lo acusaron de difundir información falsa. Así, usó su libertad: viajó a Trelew y reconstruyó los hechos, bajo una ciudad convulsionada. Su libro, La Masacre según Trelew, da cuenta del fusilamiento de los presos políticos y de una ciudad que los había adoptado. De una ciudad rebelde que resistía el fuego militar en estado de comuna.

Un ejemplar me lle gó varios años después de su publicación, a través de manos amigas, manos astutas que señalaban a una estudiante de periodismo: hay libros que hay que leer, hay cosas que hay que saber. Señalado, marcado, casi reescrito. Destaco de esas re-lecturas: “Nadie sabe cuándo ni por qué apareció en Trelew, después de la matanza, un sentimiento inexplicable de culpa. La gente sentía en sus cuerpos la incomodidad de la culpa, y no sabía dónde ponerla”. Así operaba en el cuerpo y en el inconsciente colectivo el terror.

Al menos siete años después de esa lectura, Ediciones Bonaerenses publica En prensa, un libro que agrupa una serie de textos periodísticos, literarios, crónicas y cartas de Haroldo Conti. Por decisión de la editorial, el material es de distribución gratuita, y se reparte en las librerías de la provincia. Su venta está prohibida. Algunos pocos acceden a los ejemplares en las presentaciones del libro, charlas, debates o sorteos. Apenas descubro su publicación,me pongo en marcha para conseguirlo.

Finalmente tengo un libro y una alegría. Me lo dio-regaló-compartió, alguien que entiende que los libros impolutos, amontonados, juntando polvo, no sirven para nadie. Es un generoso lector de esta banda, amigo de Haroldo, a quien agradezco sinceramente.

Anoche retomo su lectura. No basta solo el recuerdo, titula Conti a una publicación de Nuevo Hombre, el suplemento especial de la segunda quincena de agosto de 1973. Un año después de la masacre. “Las cosas siguen tal cual y esta es la forma que justamente sigan así: los muertos importunando, pero ahora casi por la rutina del calendario, que a la vuelta de 365 días nos arroja otra vez sus cuerpos sangrantes y los asesinos más o menos en uso de licencia, para ayudarnos a olvidar”, dice Conti.

Un año después, en el mismo suplemento señala: “Aquel suceso se agiganta en la historia porque no hay pacto, ni paritaria, ni descarnado general que pueda secar aquella sangre (...)

Quiero sumar mi nombre al homenaje y la recordación de los compañeros y compañeras pero siento el mismo vacío que entonces y no encuentro palabra, ni gesto, ni idea siquiera, pobrecito escritor, que iguale más o menos cuanto se ha dicho por aquellos que saben repasar su bronca y expresarla con precisión, tal vez con belleza".

Su gesto es político, y entre otros, le vale la vida: “O estamos con ellos, otra vez en la lucha, que es el mejor homenaje que les podemos rendir en esta fecha, o estamos con los traidores. Ya no hay vuelta que darle”.

"Los libros de la buena memoria"