miércoles. 24.04.2024

La tarde otoñal entregaba todo el sol: entraba por la ventana del dormitorio e iluminaba

el torso de Blanca, que miraba la pantalla. Cuando escuchó el sonido del teléfono fijo, rezongó. Retiró la manta que tenía sobre las piernas y dejó el mate en la mesita. Puso en pausa la película y bajó la escalera.

-Qué gusto ver de nuevo estas películas sin salir de casa… Con una temperatura agradable –dijo-. Lástima que siempre hay alguien que jode.

 

-Hola –dijo al levantar el tubo. La voz del otro lado no era firme:

-¿Mamá? 

-¿Pedro? Estás resfriado, hijo –respondió enojada-. No te cuidás, Pedro. Tu mujer no te cuida. ¿Dónde estás?

-En la oficina. Oíme mamá. Es importanhte.

-Como siempre… Cuando vos estás apurado, es importante. Dale…

- Ocurre algo muy grave, mamá. Con el dinero.

-¿Con qué dinero? –interrumpió ella-. ¿Necesitás dinero? Sabés que acá está lo de papá. 

-¡Aah! No, no sabía. Digo, no me acordaba. Bueno, escuchá. Callate ahora.

-No me digas “callate”. 

-Hay una corrida cambiaria, vamos a tener que mover el dinero.

-Lo hablamos el finde, Pedro. Me interrumpiste la película. Dejame en paz. 

 

Cortó.

Estaba por la mitad de la escalera cuando volvió a sonar el teléfono. Siguió subiendo. Sonó hasta el final. Llegó a escuchar su propia voz en el contestador. Se preguntaba si no había estado un poco dura pero igual la enojó que por tercera vez se iniciara la llamada. Bajó molesta pero -a la vez- caminaba rápido, como si quisiera evitar que se cortara. Pobre Pedrito… Pero le iba a cantar cuatro frescas. 

-Hola.

-Tenemos que moverlo hoy, señora… Mamá.

-No quiero –respondió-. No saldré de casa hoy. ¿Por qué me llamaste “señora”? Te estás pasando de vivo, Pedro… Soy tu mamá.

-Te estoy hablando en serio, vieja… Me acaba de confirmar mi contador que hay un cambio total en el valor del dinero. Hoy mismo necesitamos vender lo que tenemos y comprar otra moneda. A ver si entendés.

- Lo que no entiendo es por qué me molestás a mí. A ver, decime… 

-Porque lo más seguro es que vayas vos al Banco. Tenés la llave de la caja. ¿O no? 

-Por supuesto que la tengo. Pero no voy, Pedro. No quiero salir ahora.

-Por favor, mamá… ¿Podrás traerme todo antes de que cierren los Bancos?

 

Se produjo un silencio. Muy contrariada, Blanca dijo:

-¿Por qué cuando hay algo molesto me lo tirás a mí? ¿Por qué no va tu señora al Banco? Yo estoy grande. No quiero hacer nada apurada, y menos con el dinero. No voy.

- Nos vas a arruinar a todos, vieja. Pensá en tus nietos. Es un tema de los fondos buitres.  Parece que el Presidente se mandó una avivada y ahora los yanquis lo obligan a cambiar el valor del peso… ¡No nos podemos respaldar más en el dólar! ¿Estás comprendiendo? 

-No mucho.

-Bueno, esto está pasando ahora. Preferiría hacerlo yo pero estoy acá esperando más info. 


Se distrajo mirándose al espejo de la entrada. Él siguió hablando. De repente Blanca hizo un intento más:

-Que vaya tu hermano.

-No puede, mamá. ¿Creés que no le pregunté? Tenés que ir vos. Te hago acompañar, no vas a ir sola. Además en media hora estás libre. Por favor, vieja… Mirá, yo estoy acá con el contador. El se toma un Uber y va para tu casa, te busca y te acompaña a hacer lo del Banco.

-¿Qué es “lo del Banco”?

-Re fácil. Mirá… Vos ahora metés eso que hay en casa en una bolsa de supermercado… Una bolsa cualquiera, que no sea transparente… ¿no?

-Tarada no soy.

-Bien, viejita. Cuando estás lista, el contador ya va a estar en la puerta de tu casa. Se va a presentar y te va a acompañar al Banco.

-¿Cómo se llama?

-¿El contador? Rafael se llama. Le decimos “Rafa”. Rafa viaja con vos hasta el Banco, entrás tranquilita, como cualquier día, vas a Seguridad, el tipo te abre la caja, ponés todo lo que hay ahí en otra bolsa… Llevás una bolsa para el Banco, ¿No? Obvio.

-Ya te dije. No soy tarada.

-Vas a ver en el Banco cuánta gente está sacando la plata, mamá. ¡Es una locura lo que vas a ver!

-¿Habrá mucha cola? ¿Qué es lo que pasa con los fondos buitres?

-¿Sabés qué? Al muchacho que te va a acompañar, el contador, le preguntás. El me avivó a mí. Él es el que sabe.

-¿Cómo lo voy a conocer?

-Está vestido de traje azul vieja, y camisa clarita. Va a estar en la puerta de tu casa.

-¡Cómo me cagaste la tarde, Pedro! No sabés lo tranquila que estaba yo, mirando una película, tomando mate… Sola en casa. No puedo terminar un día tranquila. ¿Pasás después a tomar algo conmigo?

-Sí, dale. A la salida paso por casa. Dame la dirección. 

-Once de Septiembre 2027. Me estás tomando el pelo Pedro…  Cuando pasa algo jodido me llamás a mí y después me tomás examen a ver si sé dónde vivo?  

-Una distracción tiene cualquiera, mamá, no te enojes. Rafa sale para allá y nos vemos luego.

 

Blanca pasó por el baño y se arregló un poco el pelo. Se puso rouge en los labios y, no sin pena, abandonó allí mismo las chancletas. Subió la escalera y volvió al dormitorio. Del primer cajón de la cómoda sacó una bolsa celeste. Se agachó con dificultad frente al mueble y destrabó un cajón oculto debajo del último. Levantó la tapa, metió la mano y comenzó a sacar fajos de dólares que fue metiendo en la bolsa. Cuando creyó haber puesto todos, pasó la mano por el fondo del cajón. Encontró uno más: lo guardó, cerró la bolsa y bajó. 

Habrían pasado quince minutos… Veinte, tal vez. Se acercó a mirar por la ventana. Un hombre todavía joven, de traje azul, le hizo una seña desde la vereda. Ella se miró al espejo por última vez y salió. Rafa le tendió la mano sin decir nada.

-Encantada –dijo Blanca.

-Por acá, señora –respondió Rafa-. 

Abrió la puerta trasera del auto y la invitó a subir. Blanca se sentó y puso la bolsa celeste detrás de su cuerpo. Rafa subió y se acomodó a su lado. Ella comentó:

-¡Qué frío! ¿Usted entra conmigo al Banco, Rafael? 

-No señora. Es algo suyo. Privado. Yo la espero afuera. Voy a estar atento para verla cuando salga.

-Tiene razón. ¡Pasan tantas cosas raras! Usted es el contador de Pedro, ¿no?

-Sí, abuela. Esté tranquila.

-No me gusta que me llamen abuela. Sólo mis nietos…

-Bueno, doña.

 

Cuando Blanca salió del Banco, traía un paquete enorme a medio esconder debajo del abrigo. Allí estaba la atenta mirada de Rafa, esperándola. 

-Quiero subir al auto –dijo ella-. No me siento bien. Estoy mareada.

-Déme la bolsa, doña. Así la pongo en el asiento donde usted dejó la otra.

-Tome, tome. Quiero subir porque… De paso me explica un poco todo esto. Mi hijo dijo que usted me explicaría… 

-¿Sabe qué pasa, doña? El chofer manejó muy mal viniendo para acá, me puso muy nervioso. Lo reté y le dije que usted no iba a viajar con él a la vuelta. Yo le paro un taxi y usted vuelve a su casa tranquila, ¿Qué le parece?

-Ni me dí cuenta. Venía un poco nerviosa me parece. Mejor voy con ustedes y le caigo a Pedro… Él ni se lo espera. ¡Qué sorpresa! 

Blanca amagó abrir la puerta de atrás del vehículo. Rafa se puso pálido. Ella dijo:

-No, no voy a ir así. No me siento bien. Me apuró mucho Pedro. ¿Vió cómo es él? 

Rafael, inquieto, se acercó al auto, le dijo algo al chofer por la ventanilla, y subió atrás.

-Arrancá, boludo –dijo.

-“Lizteilor” –dijo el otro, mientras ponía el motor en marcha. 

 

Pasaron unos minutos y Blanca se sintió mejor. El Banco cerró. Veía pasar gente y una señora grande se le acercó para preguntarle algo.

-Buenas tardes, señora. ¿Si es tan amable? El 152, ¿Dónde lo puedo tomar?

-No sé. Vine en auto hasta acá… No vine en colectivo, porque vine al Banco, ¿Vió? Estoy esperando un taxi para volver a mi casa, pero… Hay algo que no entiendo.

-¿La puedo ayudar?

-No creo. Estos muchachos no me llevaron de vuelta a casa. A mi hijo no le va a gustar cuando le cuente. Además Rafa no me explicó nada … Pero lo peor es que no me llevaron de vuelta a casa.

-¿Quiénes eran, señora?

-Es lo que yo digo también. ¿”Quiénes eran”? Blanca repitió la pregunta: ¿Quiénes eran? ¿Usted vió el lío que hay con el cambio de la plata? 

-No. Mi radio no dijo nada. 

-Yo estaba tranquila mirando una película, pero mi hijo me llamó y…

Blanca hace señas y para un taxi. Abre la puerta para subir y sigue hablando…

-No sabe lo que era el Banco. Un gentío. Lo  hice, pero… Me quedé mal. Me temblaban las piernas. 

-No se preocupe señora –le responde la otra-. Los hijos cuanto más grandes son, más difícil es lo que piden. ¡Que le vaya bien!

 

Cuando Blanca llegó a su casa, Pedro estaba estacionando el auto enfrente. Ella lo vió y sonrió. Pagó el viaje y bajó del coche para esperarlo en la vereda.

Había mucha claridad todavía. Pedro solía dejar su oficina bastante más tarde, pero ella comenzaba a aliviarse con su sola presencia. Era evidente que no había sido un día común para ninguno de los dos y el mate que se habían prometido vendría más que bien, para aliviarse.

 

-¿Qué hacés, viejita? –la saludó el muchacho-. Te vine a ver. ¡Venís de pasear! Me alegra, vieja… ¿Adónde fuiste?

 

 

*Licenciada en Psicología, ensayista y colaboradora de Cuatro Palabras. 

ENCANTADA