Sobre el cinismo y los vuelos de la muerte
Opinión / Por Manuel Barrientos
- ¿Dónde sería el último lugar en que querrías estar?
- La ESMA.
- Precisamente ahí te encuentras.
Ante el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nº7 de la Ciudad de Buenos Aires, el 4 de mayo de 2000, Rosa Quiroga recordó el diálogo que había mantenido con uno de sus captores de la Escuela de Mecánica de la Armada en diciembre de 1977.
Considerado uno de los campos de concentración más grandes de la última dictadura que sufrió la Argentina entre 1976 y 1983, en la ESMA estuvieron detenidos-desaparecidos cerca de 5.000 hombres y mujeres; la mayoría de ellas y ellos fueron arrojados vivos al mar en operativos que se hicieron conocidos como “los vuelos de la muerte”.
Las personas sobrevivientes recuerdan el sonido de una cadena que golpeaba el pavimento cuando ingresaban en los Falcon verdes de las patotas de la ESMA. Ese sonido representaba el paso por la torre de guardia que estaba al costado de la calle que conducía al Casino de Oficiales. En la parte posterior de ese edificio, se observan dos playones que se usaban para estacionar los autos que traían a las personas secuestradas. Luego eran llevadas al sótano donde se las registraba, interrogaba y torturaba.
En los primeros años de funcionamiento del centro clandestino, en ese subsuelo se escuchaba música a altísimo volumen que intentaba silenciar los gritos de dolor. Muchas veces, los guardias comentaban: “Se llevan a uno que se fue para arriba con la máquina”.
Luego de las sesiones de tortura, las personas eran trasladadas al tercer piso del Casino de Oficiales, donde estaba “Capucha”, el principal lugar de reclusión. Estaba dividida en tabiques llamados “camarotes”. Los objetos robados en los allanamientos y secuestros se acopiaban en el “pañol”. En ese piso también había una pequeña pieza, utilizada como maternidad clandestina, en la que se estima que nacieron entre 35 y 40 bebés, de los cuales poco más de una decena lograron -hasta el momento- recuperar su identidad. En el ala contraria a “Capucha”, estaba la “Pecera”, donde se implementaba el trabajo esclavo. Cuando “Capucha” estaba sobrepasada, se usaba el altillo -denominado “Capuchita”- para alojar a los secuestrados.
Todas las personas eran encapuchadas (de ahí el nombre de esos lugares), llevaban grilletes en los pies y eran designadas por un número que reemplazaba sus nombres. La comida era poca, un mate cocido y un pedazo de pan de desayuno y de merienda, y el “sándwich naval” con una rodaja de carne dura o casi cruda.
En los “días de traslado”, quienes iban a ser asesinados en los “vuelos de la muerte”, eran llamados por su número de identificación para ser formados en fila en el pasillo y luego conducidos hacia el sótano. Allí se les inyectaba “Pentonaval”, que era pentotal -un barbitúrico- para llevarlos sedados en camiones hasta el sector militar de Aeroparque. Luego eran arrojados al mar. La mayoría de las personas que pasaron por la ESMA fueron exterminadas de esa forma.
En el pasillo central del sótano había un cartel que decía: “Avenida de la Felicidad”.
“Capucha”, “capuchita”, “camarote”, “pecera”, “pañol”, “sándwich naval”, “días de traslado”, “pentonaval”, “avenida de la felicidad”. Ese era el lenguaje metafórico, más cínico que irónico de la Armada. La ironía consiste en decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender, empleando un tono que insinúa la interpretación que debe hacerse. Y puede ser empleada por los indefensos contra los poderosos. El cinismo es otra cosa: es la actitud de la persona que miente con descaro y defiende o practica de forma descarada, impúdica y deshonesta algo que merece general desaprobación. Es la disolución del vínculo entre lo que se dice y lo que se hace. Es el victimario que se mofa de su víctima.
Trabajé siete años en el Espacio Memoria, en la ex ESMA. Nunca pude naturalizar el hecho de estar ahí, en ese lugar. Las paredes, los techos, los pisos tienen marcas del terror, del dolor, también de la resistencia y de la vida. Aprendí que los juicios de lesa humanidad son más que el castigo a los culpables. Son la posibilidad de que las víctimas den testimonio de lo que sucedió, de que los familiares conozcan el destino de sus desaparecidos y de que se abran esperanzas para que se puedan encontrar a las nietas y nietos apropiados. Son todo eso y son la posibilidad de romper con el cinismo, de restituir el vínculo entre las palabras y las cosas.
En las últimas décadas se generó una vasta mayoría que repudia el terrorismo de Estado. Aunque también hay voces que proclaman discursos negacionistas y cínicos. Son esos discursos los que nos convocan a seguir comunicando, difundiendo, trabajando en las aulas, porque nos dicen que nada está cerrado, que nunca se puede dar nada por sentado.
En septiembre de este año la UNESCO tratará la candidatura de la ESMA a integrar la lista de Patrimonio de la Humanidad. Junto a Auschwitz-Birkenau (Polonia), el Memorial de la Paz de Hiroshima (Japón) o Robben Island (Sudáfrica), esos sitios evidencian la barbarie de los hombres contra los hombres y la voluntad del espíritu humano de resistir colectivamente. Y son sitios que evidencian la capacidad de recordar. De hacer memoria para dejar como legado la posibilidad de un futuro distinto.
Desde aquí va la invitación a todas y todos los integrantes del Honorable Concejo Deliberante de Chacabuco a que visiten juntos el Espacio Memoria y adhieran a la candidatura de la ESMA a Patrimonio de la Humanidad, como parte de este acuerdo mayoritario de señalar una y otra vez el Nunca Más al terrorismo de Estado.